Friday, April 08, 2011


Esta vez encontré mi propia caja de recuerdos.
Una cajita que hizo Magdalena con sus manos para que guardara mis cartas.
No sólo hay cartas que he recibido, sino que adentro de los mismos sobres guardo copias a mano de algunas respuestas y otras muchas que escribí y nunca mandé. Me ha pasado antes esto de leer una carta antigua y darme cuenta de lo vigente de las problemáticas, es como el eterno retorno del que habla Nietzsche y ahí es cuando le encuentro razón a Adela cuando dice que ella no cree en eso de que uno crece, sino que lo que pasa es que con los años uno se va conociendo mejor.
De todas maneras, siento que el estado de adolescente es un estado en que un día estás bien y otro día estás mal, esa inestabilidad emocional que se busca equilibrar por medio de un trabajo, por medio de una meditación o por medio de una relación. Una amiga de la U en Viña decía que yo era como una ardilla y se quejaba de que llegaba rauda sobre mi bicicleta, conversaba con ella, dejaba que domesticara mi espalda, y luego me iba… sin llamar por teléfono, sin decir cuándo volvería a aparecer. Esa niña y su llanto, hicieron que yo cambiara ese ritmo, y así comencé a quedarme en ese lugar, a aguardar horas, sentada en una escalera esperando que el barbón interesante que me gustaba apareciera para seducirlo con alguna conversación.
Entre los tesoros hallados, hay cuatro textos que me conmovieron muchísimo, dos que escribí yo y dos cuentos que me escribieron amigos. Creo que cuando leí por primera y segunda vez el cuento del Leo, no entendí lo que quería decirme, sabía a dónde iba, sabía que me estaba hablando de lo que yo le había enseñado, pero yo estaba tan preocupada del tipo que me movilizaba las hormonas en ese entonces, que sólo le podía dar las gracias por quererme, pero no involucrarme con lo que me estaba diciendo. Creo que una de las ventajas de tener 28 años, es que aunque uno se vuelve más exigente en el amor, también es capaz de relativizar ideas fijas. Querer a esa edad era como tener una idea fija, mientras más he conocido ese fenómeno, y también por qué no decirlo, después de un par de desilusiones, he caído en la cuenta de que uno debería alimentar siempre una red de seducción. Es decir, alimentar la intimidad con amigos y amigas, por lejos que estén, de manera que uno no ponga su fe y sus pasiones en una sola persona, pues eso sólo termina sofocando el amor.
Sin embargo, las cartas de amor de aquel entonces, esas cartas de “ideas fijas” son exquisitos ejemplares que me devuelven la densidad de vivir, que me devuelven un sentido lúdico del estar viva, de la posibilidad de que aunque uno se invente su condición, la vida siempre nos sorprende y nos lleva a aquel pensamiento de Hesse, que dice que cada camino es una madre, que cada paso un nacimiento, y que simplemente lo que algunos valientes intentamos hacer, es ser con toda fuerza nosotros mismos, representarnos a nosotros mismos cueste lo que cueste, como si nuestra vida fuera una obra de arte. Quisiera nunca dejar de estar hambrienta…como esa joven que perseguía sus ideas fijas, como esa loba que corría a comprar el siguiente libro de Hesse, que devoraba el mundo, ansiosa de vivir su verdad.

Ejemplar nr.1: la seducción (+ó- año 2002 carta enviada a Conce)

Fantoche de mis retorcidos paroxismos.
Te entreveo en el sueño de mi óbito incierto, remedando mis modales profanos, mascando la misma manzana envenenada. La de quienes prefirieron estercolar la tierra con su propia mierda antes de juzgarla tras los visillos rotos.
Algo de mí se resiste a involucrarse con tú epidermis punitiva, la dulzura irrestricta de dos polluelos de nuestra primitiva unión, desconsuela la aspiración de futura resucitación.
No quiero convertirla en panacea, producto de mi presente fastidio de ignoto origen.
Me desenvuelvo entre mis connaturales con ánimo procaz, en el vaticinio de mi renacimiento, aunque no sea mi cuerpo natural a la juventud.
Mi religión, como puedes percibir, no muta, se expande. Tiene un apetito voraz. Sólo cambia la víctima desvergonzadamente, burlándose celosa del inexorable regreso del invierno.
No voy a elucubrar las migajas que arrojas suponiendo soy paloma mensajera. ¡Paloma ni por cagona! Mi infiel retorcido con ánimos de faraón.
Sabes que la sinceridad pesa sobre mi difamación.
Absterger mi alma de prejuicios ajenos deseo antes de dejarme manosear por tú presencia soberbia en mi bajo vientre.
La prensa de la farándula me enseña que debo acorazar mi cándido melocotón.
En verdad el fastidio me corroe la razón y soy un saprófito en las danzas de los que aspiran en las aulas universitarias algo de erudición.
Disparas dardos inflamados al declararme sin previa introspección que “siempre pienso en el final de la acción”. Pues sí… lo pueril en tus gestos está en armonía siniestra con la lucidez de tus inferencias. Y ello… mientras persista en ti, continuará seduciéndome si la casualidad nos volviese a reanimar.
Pícaro impuesto para retroceder a la edad inmadura, dispuesta estoy a cancelarte si jurases por la madre naturaleza y todos los dioses omnipresentes que no susurrarás palabras comprometedoras en mi oído. Cerrar los ojos puedo, pero no los oídos.
¡Mi excéntrico socorro!
Dime tú que eres bueno para los números…
¿Cuánto resta para mi huída?
¡Adagio de fútil esperanza!
¡Costra que se ciñe a mi profuso pecho!
¿Qué poderes me sumo?
¿Qué pasiones me resto?
¡Quiero nuevas construcciones!
Torres de Babel esperando…
Cómo
Se entretejen los
Acontecimientos.

Persiste extranjero
En tú viaje desenfrenado
¡Y desgarra
aquel
vestido
en
una
sóla
estocada!

Rosalba de los Ensueños

Ejemplar nr.2 “el eterno retorno” (año 2003?)
Pablo:
Aunque quiera no me puedo desentender de ti. Es cierto que con el paso del tiempo podría olvidarte por completo, pero eso me parece incompatible con lo que quiero construir, es decir, la sinceridad con mis emociones.
Podría nuevamente escribirme a mí misma. Pero si lanzo esta flecha de cualquier manera recibiré una respuesta. Si me respondes no expresando nada, también será una respuesta y en realidad puedo contar con eso, puesto que te desconozco.
Esta carta viene a propósito de mi desconexión contigo y por eso puedo decirte desde cierto punto que ya no me importas, porque me importaba el Pablo que era mi amigo y no sé que cambió que para mi resultas un extraño. Conozco los hechos, pero no los sentidos. Podría preguntártelos, pero puede que tú tampoco lo sepas o que ni siquiera te importe. Ya no te sé nada, aunque demás que puedo dialogar con tu yo antiguo.

Pablo Antiguo:
Me negué pensarte y resultó, te lloré unas horas y te maté para que en mi imaginación tu falta de cortesía ya no demoliera más cariño. Que tonto pensar que cuando ya no se quiere querer a alguien, en realidad se sufre más porque ya no se quiere una parte de sí mismo.
Anoche soñé contigo en un barco y parece que también estaba la Paula. Sé que se puso a llover y yo nadaba y no me acuerdo más. Sólo sé que eso para mí es una advertencia del corazón. Eso dice: ¡ríndete! Ríndete antes de que te congeles en mentira. Y quiero salvarme del desencanto de separarme tanto de la realidad que ya dejen de conmoverme los fenómenos de la naturaleza. No quiero desencajarme, negar mi humanidad resolviendo mi persona a través de actitudes que parecen valientes, pero están vacías de vida.
Me aflige tanto percibir belleza, conmoverme, pero ser incapaz de representarla, atajarla.
Quizás es culpa también de mi egoísmo. Hoy por ejemplo, leía historia de América latina, un par de fenómenos traducidos en cifras: pobreza, desigualdad, índices de mortalidad, organizaciones obreras. Me distraía mirando la lluvia, pensando en lo que había soñado, sin poder entregar un poco de mi atención a toda la realidad que se arrojaba.
Cómo no abrumarse con algo que está escrito, pero que al momento de leerlo lo hago presente, lo siento como algo real, lo comparo con lo que existe. Entonces me pregunto… ¿puedo relativizar la verdad? La realidad se expande, siempre hay más, es más compleja. Pero existe un ente que sintetiza, que es un puente entre el objeto y la idea y que no es menos real, no se puede relativizar.
Van Gogh decía que en sus obras él no ponía un color amarillo, el “construía un amarillo”. Sus trazos fuertes expanden el cuadro hasta sacarlo del plano y podemos imaginar los movimientos de su mano y la pasión que lo envolvía. Y ver la obra es verla con los ojos, con la imaginación, con la historia, con la imaginación totalizante, es decir, con la emoción de una nueva revelación.
Quiero apelar al asombro y al amor que me atan a la realidad. No puedo desatenderlos, no puedo desatenderme.
Le haces falta a mi imaginación Pablo antiguo, Pablo amigo, me equilibraba tú presencia, ya casi no hablo con gente de mi edad, con gente entretenida como eras tú. A veces me siento sola, hasta que me acuerdo de que hay tantas cosas por hacer, por descubrir.
Quiero conciliarme con tú recuerdo, para que no duela ponerle un límite. Sé que es necesario cerrar el capítulo, pues extraño a un extraño y no puedo continuar evadiendo la realidad. No voy a mentir…aún te estimo, sino, no estaría en esto, me queda sedante para ensoñarte, pero no puedo avanzar contra un muro.
¡Fue un placer reír contigo!
Alejandra